Comprender

Clara camina con la pancarta, las lágrimas vuelven a armarse y aunque pretende frenarlas, estas caen apuradas hasta chocar con sus labios temblorosos. No es la primera vez que viene a la marchar, pero cada año se emociona más, y no entiende por qué“¿Será porque estoy llegando a la crisis de los cuarenta?”, intenta adivinar. Se pregunta, como siempre, qué la une tan fuerte a toda la gente que la rodea. Levanta la cabeza y ve a su lado una mujer de su misma edad que camina con una nena de la mano, la niña le sonríe con la ausencia de dos dientes, y ella hace fuerza por devolver el gesto alegre. La multitud sigue repitiendo un mantra que ella canta sin darse cuenta y sin escucharse. Vuelve a agachar la cabeza y otra vez se enreda en pensamientos que retroceden a un pasado vacío de respuestas. De repente ante sus ojos aparecen un par de zapatos gastados, frena un poco sus pasos para no chocarlos, levanta la vista y se encuentra con una pareja de ancianos que marchan juntos, ella porta un pañuelo atado a su cuello, él la abraza y sonríe mirando a su alrededor. Clara vuelve a quebrarse.

Clara se mira al espejo, en la escuela un nene le dijo que es fea. Se toca la nariz, la nota demasiado ancha, se peina un rulo y se saca la lengua. Clara apaga la luz, corre y se tira en la cama, tiene las muñecas con ella, pero no tiene ganas de jugar. El sol se escondió hace rato, y ella prefiere quedarse en la penumbra, hoy eso parece mejor que prender la luz para enfrentar los miedos usuales.
— Clarita, vamos a comer —grita la madre.
— No quiero —responde ella y enseguida escucha unas sandalias subir por la escalera.
— Vamos a comer.
— No quiero.
— ¿Por qué? —pregunta Carmela, sentándose en el borde de la cama.
— No tengo hambre.
— ¿Qué te pasa, amor? ¿Por qué tenés esa carita?
— ¿A quién soy parecida? No me gustan mis rulos, yo quiero tener tu pelo o el de papá.
— ¿De qué hablás? Son hermosos esos rulos. ¿Alguien te dijo algo de tu pelo?
— No, pero Melina tiene el pelo más lindo y yo también quiero tener pelo lacio. ¿Por qué no tengo tu pelo?
— No sé amor, lo habrás sacado a tu abuelo José. Pero no le hagas caso. Si los chicos te dicen algo, seguro que es porque les gustás —Carmela le da un beso en la frente y le acaricia el cachete—. Dale, vamos a comer, te hice tu plato favorito.
— ¿Hiciste ravioles? —celebra la nena, cambiando la cara y olvidando por un rato sus dudas.
La mujer asiente con una sonrisa y la manda a lavarse las manos.

— Doctor, tenemos que resolver el caso de la nena que ayer mandaron los muchachos de la Escuela a la Casa Cuna. El director está un poco nervioso, anduvo un abogado preguntando y los abuelos parecen que tienen algunos contactos que pueden ser jodidos.
— Refrésqueme un poco la causa.
— La llevaron de la comisaría y por ahora el expediente figura como abandonada en la vía pública. La anotaron como NN.
— ¿Cuánto tiempo tiene?
— Tres meses, doctor.
— Bueno, ya me ocupo yo. Tengo gente en la lista que va a estar contenta. Dígale al director que la tenga limpita y que tenga todo listo. Hago un par de llamadas y mañana la pasan a buscar con los papeles de la guarda en regla. Y dígale que no se preocupe por los contactos de los abuelos, que los que van a recibir la criatura tienen contactos más importantes.
— Sí, doctor. Gracias.
— Y consígame el nombre de ese abogado que anda haciendo averiguaciones.

La camilla de madera está sucia, tiene manchas de sangre y en el cuarto se respira humedad y orina. Aunque le sacaran las vendas de los ojos, no vería demasiado, además de la camilla donde está atada hace un par de horas, solo hay un escritorio y dos sillas, todo iluminado por un foco amarillo que ya está opaco por la cantidad de bichos pegados que tiene. La mujer pide agua, pero por enésima vez toda la respuesta que recibe es monólogo de lo que le conviene hacer.
— Piba, estamos acá hace meses. Por ahora te hemos tratado bien. Tenés que entender que mientras estamos esperando que nazca tu criatura vamos a ser buenos con vos, pero si no hablás antes que nazca…bueno, después las cosas van a cambiar. Por eso te conviene hablar ahora, mientras todavía somos buenos, mientras te podemos cuidar, ¿o vos querés perder más meses de vida con todos estos interrogatorios y que encima después la cosa empeore? Dale, hacete un favor. Contanos quienes estaban con vos, quienes eran los otros giles del grupito ese, a dónde se juntan y listo. Dejas de sufrir vos, tu criatura y nosotros nos podemos relajar.
— Agua. Agua.
Esta vez no escucha el monólogo. El silencio de la habitación es tremendo, porque no es silencio, desde afuera las paredes se ven invadidas de gritos, de súplicas y de insultos, de pasos fuertes que avanzan por algún pasillo cercano, una puerta se cierra, y gritos, muchos gritos. La mujer sabe que las que están gritando son las otras chicas que están en la misma celda que ella, y alguno de los maridos. Después de unos minutos siente el sonido del agua cayendo sobre un recipiente, intenta mojarse los labios, traga saliva, alguien cierra la canilla y alcanza a escuchar las últimas gotas que explotan sobre el piso, siente la garganta áspera y un hilito de fe llega hasta su cabeza. El hilito se corta demasiado rápido. Una mano gorda le levanta la cabeza tirándole los pelos y otra mano le pone una capucha que huele a transpiración.
— ¿Querés agua? —le susurra el mismo que antes había trato de convencerla.
Primero siente un chorro de agua que golpea su cara tapada, se asusta y abre la boca intentando respirar y allí todo se vuelve espantoso. Durante segundos infinitos una catarata inunda su vida, su esperanza se hace líquida y fluye hasta el piso y no para hasta desaparecer en alguna alcantarilla podrida.
La mujer tose una vez, dos, tres, cuatro. El aire de todo el mundo parece haber desaparecido y su garganta se pone dura. Tarda unos minutos en recuperar la respiración. Cuando lo logra, instintivamente trata de llevar una mano a su vientre, pero los nudos que la atan a la camilla se lo impiden.
— Hija de puta, yo mismo te la voy a sacar y se la voy a entregar al peor hijo de puta que conozca. Seguí mudita nomás, no la vas a ver nunca en tu puta vida, ni siquiera te la voy a dejar conocer el día del parto. Cuando quieras más agua, avisame.

Hablemos como en casa, a calzón quitado. Comentá lo que quieras.