Oktoberfest

Lo único bueno de aquella Oktoberfest fue el botellón de 2 litros que compramos el resto fue un desastre a los precios puestos para estúpidos se sumaba el constante sonar de esa musiquita de alguna región alemana que quemaba mi cabeza repitiéndose una y otra vez como si fuera un mantra teutón y supongo que los que se encargaron de organizar el evento no eran muy buenos en matemáticas o eran simplemente sádicos ya que había solo 2 baños químicos para 3 millones de personas que tomaban 5 litros de cerveza en promedio o sea que querían mear cada diez minutos y unos de esos éramos nosotros que cansados de hacer cola en los baños y hartos de todo dijimos vamos a la mierda y meamos donde podamos entonces empezamos a peregrinar por todos los bares pero los dueños mitad por ortivas y mitad por estar re podridos de prestarle el baño a gente que no gastaba ni un peso nos decían que no podíamos pasar entonces se nos complicó y las vejigas repletas con dos litros de birra pedían por favor que las vaciáramos y nosotros le decíamos que aguantaran un poco y ahí pensás por qué dos litros por qué dos litros es como mucho o no y seguían los no por acá y los no por allá y a seguir caminando y sentir que te duele todo ahí abajo en esa zona que no sé cómo se llama que está entre los huevos y el pupo y tenés miedo de mearte como cuando eras chico y no encontrás una solución porque sabés que en todos lados te van a sacar cagando y sentís que el chorro está a punto de escaparse y pensás y si vuelvo a los baños químicos que están en el predio pero sabés que va a ser imposible aguantar las ganas de mear si te quedás quieto y la cola del baño seguro que sigue creciendo y se expande como el universo y ya debe parecer un tren de carga con 500 vagones y escuchás ruido de agua que cae de algún lado y te volvés loco y en una calle lateral vez un conteiner grande y verde calculás que entre eso y los yuyos que hay en la vereda nadie te va a ver y vas a poder mear tranquilo entonces le hacés señas al otro y van caminando con pasos cortos pero rápidos y se esconden lo mejor que pueden y ahora sí, qué alivio. Pero la cosa no mejora, si no que ahora es cuando se pone fea de verdad. Las luces blancas y azules se turnan circularmente para iluminarte la nuca y solo podés pensar: que por lo menos me dejen terminar.
Con tacto esperan que nos demos vuelta, y amablemente nos invitan a pasear en el patrullero. Es la segunda vez que viajo en uno, pero la primera fue un problema casi infantil, que yo sabía que no tendría más consecuencia que una demora en la comisaría y una puteada en mi casa. Pero esto no es chiste. ¿A quién le digo que me busque? ¿Un hermano te puede sacar de prisión? ¿Necesitaré un abogado por mear en la calle?
Y los pensamientos negativos terminan de golpe cuando los policías reconocen a mi cómplice y por empatía deciden largarlo para que pueda ir a trabajar, entonces yo salgo beneficiado por la ley del 2 por 1.

— No se olviden de sacar las botellas.
Agradecemos y respiramos aliviados. Y ahí nomás apenas termino de respirar tengo de nuevo esa urgencia y siento que todo vuelve a empezar

Hablemos como en casa, a calzón quitado. Comentá lo que quieras.