Historia de reyes


“¡Negro boludo! ¡Negro maricón!” eran los gritos que soñaba mi tío Julio cada tanto y que lo despertaban espantado.

Una de esas noches que se desveló después de soñar con esos gritos nos encontramos en la cocina de su casa, cuando yo volvía del baile a dormir a su casa y  me contó la historia de los tres Reyes Magos.

Hacía dieciocho años que mi tío junto con el Narigón y el Mocho se disfrazaban todos los cinco de enero de reyes magos y salían en una camioneta a repartir caramelos por las calles céntricas durante la noche.

Empezaron la tradición cuando los tres tenían hijos chicos y creyeron que era lindo para mantener la ilusión en los pibes, además, antes el pueblo era tranquilo, nadie los jodió los primeros años y todo el piberío se veía feliz cuando ellos pasaban.

La cosa –contaba el tío- empezó a ponerse fulera al cuarto o quinto año porque ya había más gente en las calles. Encima uno de esos años, el cinco cayó sábado y los grandotes andaban medios borrachos y entonces empezaron a joderlos.

– Se ponían con las Zanellitas al lado y nos gastaban, nos gritaban boludeces, pero tranquilos. Hasta nos causaban gracias algunas de las cosas que nos dijeron. La cagada es que se convirtió en una costumbre eso de molestarnos y cada año fue empeorando.

Acá le cambió la voz y hasta los ojos se le pusieron tristes.

Mi tío Julio, como toda la familia, es de piel bastante oscura así que siempre hace de Baltasar. Uno de esos años, cansado de que le gritaran “Negro trolo”, “Negro pelotudo”, “Negro ridículo” y demás cantos racistas, dijo que ese año él no hacía de Baltasar, que estaba podrido, así que el Narigón y el Mocho sortearon cuál de los dos iba a interpretar al rey morocho. La forma de decidir fue con el tradicional método de sacar palitos. El que sacara el palito más corto iba a hacer de Baltasar. Salió sorteado el Mocho, los resultados fueron desastrosos, así que de ahí en más mi tío volvió a ser para siempre Baltasar y sin derecho a exigir cambio de roles.

– Ese año nos gritaron más que nunca. Me acuerdo que al Mocho le gritaron cosas del estilo: “Che, no sabía que Baltasar además de negro era enano”, o “Mirá al bebé éste, se le quemó la cuna”, o “Che, ¿qué gastaron para pintar a este? ¿Medio corcho?” y después hubo gritos para los tres, de que éramos los únicos pelotudos que teníamos dos reyes negros y encima a mí igual me siguieron gritando negro maricón y negro pelotudo.

Siempre se disfrazan en lo del Narigón, que es el dueño de la F100 destartalada que cumple el papel de camello urbano de estos tres reyes. El Narigón vive hace mucho en una calle no muy céntrica, así que cuando empezaron con la tradición no se cruzaban demasiada gente en las primeras cuadras, eso les gustaba porque servía para ir tomando confianza de a poco. Pero en los últimos años parece que con los celulares los mala leche se pasan la noticia de que empezó el recorrido de los Reyes Magos, porque a las tres cuadras ya tienen alguna motito siguiéndolos y gritándole guarangadas.

Después que salen de lo del Narigón, uno de sus hermanos que hace de chofer va haciendo zig zags doblando en las calles y donde ven un grupo de gente en el que haya algún niño tiran un puñado de caramelos. En las calles que no son principales, además de las motitos, no suele haber muchos problemas. Básicamente se ven vecinos tomando fresco en la vereda. Estos siempre saludan amables y los chicos corren al lado de la camioneta escuchando cómo los tres reyes saludan y tocan sus campanas.

Los problemas están en las dos o tres calles más transitadas.

– En la San Martín ya prácticamente no lo podemos hacer. Ahora que está llena de bares, hay borrachos todos los días. Hace un par de años al Narigón le tiraron un chopp con la jarrita y todo, y yo me ligué unos manizasos en la cara. Encima si vamos despacio los autos nos putean, este último año uno nos gritó que nos metiéramos las campanas en el culo y que aceleráramos.

El tío se quedó callado unos minutos y después con una sonrisa me dijo:

– Sabés que yo a veces pienso no hacerlo más, pero después me acuerdo de la felicidad de los nenes cuando agarran los caramelos, y pienso que alguno de esos pibes no deben comer nunca un caramelo y digo que hay que hacerlo, que unas puteadas no pueden joderle la felicidad a tantos pibitos.

El tío volvió a hundirse en el silencio y en los pensamientos, con la sonrisa todavía en la cara, pero después de unos cuantos segundos arrancó con una mezcla de angustia y bronca.

– Pero después tengo estos sueños de mierda y me acuerdo de lo que me gritan y me dan ganas de no disfrazarme más. ¿Sabés lo que me gritó un hijo de puta este año? Venía el tipo en su motito de mierda con otro morocho atrás y venía diciéndome: “¡Che, negro boludo! ¡Negro maricón! Yo ya estaba harto y lo iba a mandar al carajo y cuando me doy vuelta para putearlo me dice: “Viste, encima de negro, maricón. Cómo miraste puto” y ahí me volvió a decir maricón y aceleró y se fue echando puta.

Ahora se calló el tío Julio y sonreía, pero era una sonrisa incrédula y resignada.

– Ya me cansé, el año que viene no lo hago más, me podrí de que me puteen, no me disfrazo más de Baltasar…o a lo mejor si…que se yo- cerró el tío, se paró y arrancó para la pieza con paso  cansado.