Diario de un argentino en el desierto

 

Camello y arena

Día 1: Se suponía que hacía diez horas tenía que llegar a la ciudad. Las indicaciones fueron claras: “siga al sol, señor”. Claro, nadie me advirtió que el maldito sol gira alrededor de la Tierra. Empecé a seguirlo, pero el mal parido se fue corriendo y  supongo que por eso me perdí. Y pensar que se hace llamar Dios. Orfeo y la puta madre que te parió.

 

Día 2: Me crucé unos beduinos, por un momento pensé en preguntarles por dónde debía ir, pero inmediatamente reaccioné. ¿Qué iba a preguntar, si no había ninguna calle? Además es cuestión de orgullo, ¿cómo un tipo que puede laburar de tachero en Buenos Aires va a andar preguntando por direcciones?

 

Día 3: Para no perderme miré tanto al sol que ahora me duelen los ojos. Creo que no hacía falta que lo mirara directamente. ¿Por qué nadie explica bien las cosas en este lugar de mierda?

 

Día 4: Esta mañana maté al camello. Tenía sed y siempre escuché que estos animales de porquería tienen buena reserva de agua. Parece que el mío no había llenado el tanque. Por más que lo abrí no encontré agua.

 

Día 5: Me parece que hace mucho no llueve por acá. Hay mucho viento. Recomiendo tener la boca cerrada. La arena no tiene buen gusto.

 

Día 6: Tengo sed.

 

Día 7: Tengo mucha sed.

 

Día 8: Mierda, que sed que tengo.

 

Día 9: Tengo hambre, voy a volver a buscar el camello. Para no perderme voy a caminar de espaldas, así puedo seguir mirando el sol.

 

Día 10: No encontré el camello. Tres posibles explicaciones: lo tapó la arena, no lo maté del todo, lo comieron otros animales o me volví a perder culpa de ese sol de mierda.

 

Día 11: Por fin comí algo. Encontré un caramelo con forma de alacrán. Creo que estaba vencido. No me siento del todo bien.

Hablemos como en casa, a calzón quitado. Comentá lo que quieras.